El homenaje a un octogenario verde del centro de Bogotá

Uno de los cinco cauchos sabaneros que engalanan el andén de la Carrera 7 con calle 28, al frente del Museo Nacional de Colombia, cumplió su ciclo de vida.
Este árbol patrimonial de aproximadamente 83 años presentaba bifurcaciones fustales, grietas, fisuras, cavidades y tumores, afectaciones físicas y sanitarias severas que indicaban un alto riesgo de volcamiento.
Con música de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, palabras de agradecimiento y muchos abrazos, la comunidad se despidió de este octogenario. Nueva crónica #BogotáReverdece.
El Museo Nacional de Colombia es uno de los íconos históricos más emblemáticos de Bogotá. Su fachada colonial, un antiguo panóptico que funcionó como cárcel durante más de 70 años, es contemplada a diario por los miles de ciudadanos que transitan por la Carrera 7 con calle 28.
La historia de este recinto cultural se remonta a diciembre de 1821, cuando el libertador Simón Bolívar, presidente de la República, envió a Europa al vicepresidente Francisco Antonio Zea en busca de apoyo económico y científico.
“En mayo de 1822, Zea visitó en París al Barón Cuvier para solicitar su ayuda en la contratación de una comisión científica. El objetivo era fundar un establecimiento consagrado al estudio de la naturaleza y el adelanto de la agricultura, las artes y el comercio”, revela el Museo Nacional.
El gobierno de la República esperaba recuperar gran parte de los adelantos científicos de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, confiscados por Pablo Morillo en tiempos de la reconquista española.
Luego de la llegada a Bogotá de una comisión de científicos, el 28 de julio de 1823 el Congreso expidió la Ley de creación del Museo Nacional, entonces denominado Museo de Historia Natural y Escuela de Minería.
La primera sede fue la antigua Casa de la Expedición Botánica, ubicada en la Carrera 7 con calle 8. El 4 de julio de 1824, el Museo Nacional abrió sus puertas: tenía una sala para colecciones de zoología, mineralogía y botánica, y otra para los objetos de historia, ciencias y arte.
Según el Museo Nacional, el recinto albergaba muestras minerales de Europa y América, fragmentos fósiles probablemente de mastodonte y una momia encontrada cerca de Tunja con más de 400 años.
La Casa Botánica, también llamada Casa de los Secuestros, fue el hogar del museo hasta 1842. Luego se trasladó al primer piso del edificio de Las Aulas que compartía con la Biblioteca Nacional, donde funcionó hasta 1913.
Entre 1913 y 1922, el Museo Nacional funcionó en el edificio Pasaje Rufino Cuervo, en la calle 14 entre carreras 7 y 8, donde compartió espacio con otras instituciones. Luego, entre 1922 y 1944, estuvo en el cuarto piso del edificio Pedro A. López, hoy Ministerio de Agricultura.
En marzo de 1946, al museo le designaron su sede propia: el edificio de la antigua Penitenciaría Central de Cundinamarca, popularmente denominada como el Panóptico; los prisioneros fueron trasladados a la nueva cárcel de La Picota.
El edificio, diseñado por el arquitecto Tomas Reed, fue restaurado y adecuado para funciones museológicas. “La inauguración debió postergarse debido a los motines ocurridos en la ciudad por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán”, informó el Museo Nacional.
El 2 de mayo de 1948 se abrió al público con tres museos nacionales: Museo Arqueológico y Etnográfico, Museo Histórico y Museo de Bellas Artes. El edificio desarrolló un gran número de actividades y se convirtió en el centro cultural más activo de la capital.
En las décadas de los 70, 80 y 90, el Museo Nacional fue restaurado para que sus salas contaran con criterios pedagógicos y un diseño museográfico contemporáneo. En 2012 se inauguró el proyecto de accesibilidad, una intervención arquitectónica en la fachada y jardines.
Verde patrimonial
El Museo Nacional de Colombia, un ícono capitalino de 200 años, también tiene al verde como protagonista. Cuenta con una cobertura vegetal variada y longeva: por ejemplo, en su fachada tiene cinco cauchos sabaneros bastante altos y frondosos.
Según estudios realizados por el Jardín Botánico de Bogotá (JBB), cuatro de estos cauchos fueron plantados en 1920 en el antejardín del acceso al Panóptico de Bogotá, es decir que superan los 100 años de vida.
“En la década de 1940 fue plantado otro caucho sabanero en el antejardín de la antigua cárcel, cerca de la esquina de la calle 28. Según los registros históricos, este árbol tiene una edad de 83 años aproximadamente”.
Los cinco cauchos sabaneros del Museo Nacional están catalogados como patrimoniales por haber perdurado en el paso del tiempo. Algunos de ellos inclusive sobrepasan la altura del edificio.
La naturaleza hace una fuerte presencia al interior del museo. En el jardín de uno de los patios internos hay árboles de gran porte como un cedro, un roble y una palma de cera, tesoros que acompañan el monumento de José Ignacio de Márquez y la fuente.
Estas especies vegetales fueron plantadas en las reformas hechas en la edificación en 1948 para la puesta en servicio del centro museal. Los patios del edificio, declarado Monumento Nacional en 1975, también cuentan con jardines y una huerta.
Adiós a un octogenario
Uno de los cinco cauchos sabaneros (Ficus Soatensis) del Museo Nacional, el más cercano a la esquina de la calle 28, no soportó tan bien el paso de los años. Su tronco lucía varias cicatrices de antiguos procedimientos fitosanitarios y sus ramas se desprendían con facilidad.
Este árbol patrimonial de 83 años fue revisado por profesionales de la Secretaría Distrital de Ambiente (SDA) y el Jardín Botánico el 29 de junio de este año. La conclusión a la que llegaron los expertos no fue positiva.
“El caucho cuenta con tres bifurcaciones fustales, de las cuales una falló cayendo y generó desprendimiento de ramas con exposición de fibras. Otra de las bifurcaciones presenta grietas y fisuras que comprometen su estabilidad; este árbol tiene riesgo inminente”.
El acta de la visita técnica también reveló que presentaba tumores y madera revirada, con cavidad por pudriciones localizadas desde el área basal y con compartimentación que afecta su estructura.
“Es un árbol longevo con afectaciones físicas y sanitarias severas. Luego de buscar tratamientos alternos para lograr la estabilidad del caucho, se determinó que de acuerdo a su estado actual solo se mitigaría el riesgo de manera temporal y no definitiva”.
La Secretaría de Ambiente autorizó al JBB para que realizara la tala inmediata del caucho sabanero cumpliendo con el protocolo de atención de emergencias. “La conclusión fue orden de tala por riesgo inminente y sustitución del individuo vegetal”.
Abrazos y palabras de agradecimiento
El Jardín Botánico, el Museo Nacional de Colombia y la Alcaldía Local de Santa Fe se unieron para despedir al caucho sabanero antes de su retiro de la Carrera 7, un octogenario con una altura superior a los 20 metros
Días previos a la actividad, profesionales sociales del JBB y la Alcaldía Local dialogaron con los vendedores ambulantes de la zona y la comunidad de los barrios cercanos al museo; a todos los invitaron a la despedida, realizada el pasado viernes 14 de julio.
Más de 50 personas se ubicaron bajo la extensa copa del longevo caucho sabanero. El homenaje al imponente árbol inició con la intervención de dos músicos de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, quienes tocaron varias piezas colombianas y andinas.
William López, director del Museo Nacional de Colombia, tomó el micrófono. “Este caucho fue objeto de varios tratamientos por parte del JBB en los últimos 10 años, los cuales no surtieron el efecto que queríamos. Está en estado terminal e implica un gran peligro para los transeúntes”.
El director del museo afirmó que la tala del caucho es un acontecimiento triste que jamás se imaginó tener que presenciar. “Se nos va un amigo entrañable que nos acompañó durante casi un siglo. Hoy le rendimos un homenaje a este testigo de la historia de la ciudad”.
Los profesionales del JBB invitaron a la comunidad para que le dieran algunas palabras de cariño al caucho sabanero. María Elena Villamil, una mujer nacida en el barrio La Perseverancia y que vive hace 40 años en el barrio San Martín, se dirigió a la comunidad.
“Conocí a este hermoso caucho en mis años de infancia, es decir que también ha sido testigo de mi vida. Como huertera he aprendido que todo lo que se va nos deja mucha energía y por eso este árbol seguirá de alguna manera con nosotros. Solo hay que agradecerle”.
Un indígena embera que vende sus artesanías en la Carrera 7 le agradeció al árbol patrimonial por brindarle alimento y refugio a las aves y otros animales. “Este árbol no solo embelleció el sector. Fui testigo de cómo las aves llegaban a sus ramas para obtener alimento”.
Óscar, un artesano de la zona, conoció a este caucho sabanero hace 40 años cuando era estudiante de antropología, época en la que el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) funcionaba en el Museo Nacional.
“En las tardes, cuando salía de clases, me sentaba bajo su copa para esperar a mi esposa, que estaba esperando a nuestro primer hijo. En mis últimos años como artesano, me protegió del sol y la lluvia. Hoy despido a un gran amigo de dos épocas y espero que nos veamos pronto”.
Expertos del JBB y la Secretaría de Ambiente también se dirigieron a las personas que asistieron a la despedida. “Para nadie es fácil entender que los árboles también son seres vivos que nacen, crecen, se llenan de frutos, como es el caso del caucho, y mueren”.
Finalizadas las palabras de cariño al caucho octogenario, las más de 50 personas se acercaron a su grueso tronco para abrazarlo y conectarse con su interior. “Le agradecí infinitamente por acompañarme durante tantos años mientras vendía mi arte”, puntualizó Óscar.