El reverdecer de un octogenario de Bogotá

Durante seis días, más de 60 profesionales, técnicos y operarios del Jardín Botánico trabajaron en el Parque Nacional recuperando las coberturas vegetales que se vieron afectadas por el asentamiento de la comunidad embera. Crónica de una jornada maratónica que terminó con la plantación de 120 nuevos árboles nativos.
Arley Flórez, un bogotano de estatura mediana, piel trigueña y bigote poblado, ha sido testigo de gran parte de la historia del Parque Nacional Enrique Olaya Herrera, un ícono cachado de 65 hectáreas que fue inaugurado en 1934.
De sus 57 años de vida, 50 los ha dedicado a trabajar en varias actividades en este tradicional sector de la localidad de Santa Fe, el cual ostenta el título del tercer parque construido en la capital, luego del Centenario y la Independencia.
“Cuando tenía escasos siete años, comencé a trabajar en la denominada Ciudad de Hierro, un parque de atracciones mecánicas construido en el corazón del parque y el cual llegó a su fin en la década de los 80”.
Luego vendió perros calientes en un puesto ambulante ubicado en la esquina de la calle 36 con carrera 7, hasta que le adjudicaron una de las casetas o kioscos de madera del parque. “En este negocio llevo 25 años y ofrezco tinto, jugos de naranja, comidas rápidas y mecato”.
En su extensa presencia en el Parque Nacional, Arley asegura que jamás lo había visto tan afectado como ocurrió desde el pasado 29 de septiembre de 2021, cuando miles de indígenas de la comunidad embera se instalaron en varias de sus zonas verdes.
“El panorama era deprimente. Los indígenas construyeron cientos de cambuches para vivir en condiciones precarias y tuvieron que talar varios árboles para cocinar sus alimentos en fogatas. Lo que más me partía el corazón era ver a los niños embera descalzos y pidiendo comida”.
El 13 de mayo de este año, luego de habitar casi ocho meses el Parque Nacional soportando una de las temporadas de lluvia más crítica en la capital, los embera accedieron a desalojar la zona, declarada como monumento nacional de Colombia en 1996.
“Cuando los emberas salieron del parque, mis ojos se llenaron de lágrimas al evidenciar su lúgubre aspecto: árboles cercenados, ausencia total del pasto, carbón por muchas partes, basura desparramada y miles de ratas con tamaños similares a los de un gato”, recuerda Arley.
Las autoridades del Distrito acordonaron todo el parque con cintas de color amarillo para que la ciudadanía no ingresara mientras personal de la Secretaría de Salud y la Subred realizaba las jornada de limpieza y desinfección, una desolación que entristeció aún más al antiguo vendedor de mecato.
“Ver el Parque Nacional desolado, una zona que siempre es visitada por los bogotanos y turistas, es muy triste. Desde nuestros puestos de trabajo solo veíamos a los roedores transitar por la zona en busca de comida”.
A recuperar un ícono
Con el desalojo de los embera, indígenas que fueron trasladados a la unidad de protección integral que administra el Distrito en el Parque La Florida, inició la recuperación del emblemático octogenario.
La primera acción vino por parte de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP), que en arduas jornadas recogió cerca de 90 toneladas de residuos. Luego de la limpieza, la Secretaría de Salud dio marcha al plan de control de los vectores.
Arley admira el trabajo realizado por el personal de salud, que estuvo acompañado por funcionarios de las Secretarías de Seguridad y Gobierno, la Alcaldía Local de Santa Fe y las las redes de cuidadores ambientales.
“Me les quito el sombrero a todas las personas que participaron en esas actividades. Sacaron una enorme cantidad de basura y debieron soportar los olores nauseabundos de los roedores muertos”.
Mientras el parque era limpiado y desinfectado, proceso que duró dos semanas, los profesionales del Jardín Botánico de Bogotá (JBB) analizaron los impactos ambientales negativos causados por el asentamiento de los embera.
“Por medio de herramientas tecnológicas como el Sistema de Información para la Gestión Integral del Arbolado Urbano (SIGAU) y Arbolapp Bogotá, identificamos que 70 árboles jóvenes desaparecieron en la zona ocupada por los embera”, informó Germán Darío Álvarez, subdirector técnico operativo del JBB.
Más de 250 árboles adultos fueron afectados durante los últimos ocho meses, “seguramente para extraer la leña de las cocinas improvisadas de los embera o para construir sus casas. En total, estimamos que la zona afectada abarcó aproximadamente 3.000 metros cuadrados de coberturas vegetales, entre árboles, arbustos y césped”.
Álvarez catalogó como grave el deterioro de las coberturas vegetales del Parque Nacional, en especial la desaparición del césped debido a la ocupación de las carpas y sitios de preparación de alimentos de los embera.
Panorama sombrío
El reloj marcaba las seis de la mañana cuando Yury Aguirre, una joven de 25 años, salió de su casa en la localidad de Usme el pasado martes 31 de mayo para dirigirse al Parque Nacional, una de las zonas de Bogotá que más le gusta visitar.
Luego de despedirse de su mamá y hermana, agarró su morral y caminó hacia uno de los paraderos de los alimentadores que van al Portal de Usme, donde se subió en un articulado de TransMilenio que para en la estación de la calle 34, sobre la avenida Caracas.
“Estaba muy ansiosa porque hace mucho que no visitaba este hermoso parque. Mis compañeros y jefes del Jardín Botánico me habían dicho que estaba muy deteriorado por el asentamiento de los emberas, pero la verdad nunca me imaginé lo que iba a encontrar”.
Los ojos de Yury comenzaron a lagrimear hacia las ocho de la mañana, cuando entró al parque por uno de los ingresos peatonales ubicados sobre la calle 36. “El verde había desaparecido, muchos árboles estaban cortados y los olores eran insoportables”.
La misión de esta joven que trabaja como operaria del JBB desde hace siete meses, era ayudar en los plateos, podas, fertilización, riego, ahoyado y plantación, algunas de las actividades contempladas por la entidad para el reverdecer del Parque Nacional.
Yury se puso su uniforme verde y un traje blanco parecido al que utilizan los médicos. A los pocos minutos vio a Jennifer Lozano, quien lleva más de 10 años como operaria del Jardín Botánico, y ambas decidieron recorrer la zona donde trabajarían durante seis días.
Todo el parque lucía desolado. Ni las palomas o las territoriales mirlas se atrevían a tocar el suelo, el cual exhibía algunas muestras de la estadía de los emberas durante los últimos ocho meses, como zapatos y juguetes viejos, el carbón de las fogatas y hasta documentos de identificación.
El tiempo parecía detenido. Las manecillas de un reloj suizo ubicado en el corazón del parque no se movían y marcaban las 4:39, cuando la hora real ya sobrepasaba las nueve de la mañana. “Ver así a nuestro hermoso Parque Nacional nos partió el alma. Las moscas y zancudos eran los únicos que se movían en la zona”.
El panorama sombrío del octogenario les estremeció, pero también las motivó más para dedicarse de lleno en su recuperación. “En los 10 años que llevo en el JBB no había visto una zona tan afectada. Por eso la voy a dar toda para que renazca de las cenizas y vuelva a ser uno de nuestros tesoros más hermosos”, dijo Jennifer.
Inicia el reverdecer
Durante seis días, entre el martes 31 de mayo y domingo 5 de junio, más de 60 trabajadores de la Subdirección Técnica Operativa del Jardín Botánico, entre ingenieros, técnicos y operarios, estuvieron en el Parque Nacional recuperando sus coberturas vegetales.
“Esta ardua intervención contó con varios de los operarios que ayudan a que las 20 hectáreas del JBB, la colección vegetal más importante de nuestra capital, luzca intacta. Trajimos a los jardineros más expertos para recuperar esta insignia capitalina”, precisó Álvarez.
Las seis palmas de cera ubicadas al lado del monumento Rafael Uribe Uribe, las cuales lucían pálidas, marchitas y decaídas, fueron las primeras en recibir tratamiento por parte de los expertos.
Alrededor de cada una de estas insignias de la capital se abrieron cerca de cinco huecos, donde los profesionales y operarios aplicaron un fertilizante líquido de color azul. Las partes de las palmas con cicatrices y heridas fueron cubiertas por una emulsión cicatrizante.
Los operarios del JBB se metieron de lleno a recuperar el suelo de los 3.000 metros cuadrados de coberturas vegetales afectadas, zonas que en el corto plazo contarán con un nuevo césped para el disfrute de la ciudadanía.
Ayudados por dos máquinas dingo con piezas que se pueden retirar, como retroexcavadora, destoconadora y pala, los trabajadores removieron el suelo afectado por el asentamiento de los embera, el cual contaba con escombros, basuras e incluso roedores muertos.
“Antes de la empradización, es decir la instalación del nuevo césped, primero fue necesario soltar el suelo para que se facilite la aireación y el agua pueda infiltrarse. Esta actividad fue realizada durante los dos primeros días de la intervención”, dijo Álvarez.
Otro frente de operación recorrió todas las calles del Parque Nacional para fertilizar los árboles adultos, tanto sus hojas como el suelo que los sostiene, para así evitar posibles plagas y enfermedades.
El líquido, elaborado con ajo y ají, era transportado en varios tanques ubicados en el platón de una camioneta blanca. Los operarios lo rociaron con mangueras y el nuevo olor perfumó todo el Parque Nacional.
“También hicimos algunas podas para compensar la desestabilización de los árboles que tenían cortes irregulares. Además, fue necesario sustituir 12 árboles que representaban algún riesgo de volcamiento por su estado fitosanitario”, informó Álvarez.
Todos los residuos generados por la poda y tala ingresaron a una máquina amarilla de gran porte, donde fueron reducidos para posteriormente servir como abono en el suelo del Parque Nacional.
“El objetivo de este chipeado es que los nutrientes que el árbol tomó para construir su copa, estructura y tronco, vuelvan al suelo. Por eso, ahora los visitantes de este parque encontrarán un suelo consolidado en chipeado”.
Siete árboles patrimoniales, la mayoría olivos, recibieron tratamiento por parte del JBB. Los profesionales primero les aplicaron un oxicloruro fungicida de color azul en las zonas afectadas y luego las cubrieron con una emulsión cicatrizante negra.
Nuevos habitantes
Uno de los objetivos del Jardín Botánico en el Parque Nacional es que vuelva a contar con los 70 árboles que desaparecieron durante el asentamiento de los embera, pero en este caso de especies nativas.
“Este parque se ha conformado por árboles de especies exóticas, por lo cual es necesario irlas sustituyendo y compensado con individuos nativos como cedros, nogales, chicalas y palmas de cera”, manifestó el subdirector técnico operativo de la entidad.
El octogenario verde de la localidad de Santa Fe contará con 120 árboles nativos nuevos, 40 suministrados por el JBB y 80 donados por la fundación Bavaria de especies como yarumo, roble, palma de cera, nogal, arrayán, chicalá, duraznillo, siete cueros, fucsia, caucho sabanero, pino romerón, entre otros.
El ahoyado de estos nuevos habitantes del Parque Nacional, es decir los huecos donde extenderán sus raíces, fue una actividad constante durante los seis días de la extensa jornada reverdecedora.
Martín Muñoz, que lleva 13 años como operario del JBB, fue uno de los que más sudó la gota gorda en esta actividad. “En mis cinco décadas de vida nunca había visto a este pulmón de la capital tan deteriorado. Por eso, así lloviera a cántaros, me dediqué con mucho juicio a abrir los hoyos para los nuevos árboles”.
Según este habitante de la localidad de Usme, el tiempo para abrir uno de los huecos de los árboles depende de las características del terreno. “En promedio me demoro entre dos o tres horas por hoyo, pero si la tierra tiene escombros y basuras el proceso es más difícil. Cada hueco mide un metro de profundidad por un metro de ancho”.
En cada uno de los hoyos, Martín y sus demás compañeros, hombres y mujeres de diferentes edades, aplicaron tierra mezclada con el chipeado y cascarilla de arroz. Los árboles, con pesos que superaban los 40 kilogramos, fueron ubicados al lado de los huecos para luego ser plantados.
Esta actividad no fue exclusiva de los trabajadores del JBB. Más de 15 soldados del Ejército Nacional, específicamente del Cantón Norte, se encargaron de transportar en sus espaldas y brazos los pesados árboles desde el camión hasta su nueva morada.
La Asociación San Diego donó 300 metros cuadrados de césped para la nueva cara del Parque Nacional, mientras que el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) se comprometió con enviar el material restante para instalarlo en las coberturas que se vieron afectadas.
El reverdecer de este sitio histórico contó con muchas manos amigas más, como la Secretaría de Ambiente, las ‘Mujeres que Reverdecen’, IDRD, Departamento Administrativo de la Defensoría del Espacio Público, Secretaría de la Mujer, Alcaldía Local de Santa Fe, Policía Nacional y colectivos ambientales.
Siguen reverdeciendo
Más de 20 ‘Mujeres que reverdecen’ que estuvieron vinculadas al JBB y la Secretaría de Ambiente, participaron en la ardua jornada en el Parque Nacional; su objetivo era seguir aplicando los conocimientos adquiridos durante este programa ambiental y social.
María Beatriz Sánchez, quien desde octubre del año pasado reverdeció varias huertas, jardines y parques de las localidades de Ciudad Bolívar y Tunjuelito, asistió con su esposo para ayudar con la aplicación del chipeado, plateo de los nuevos árboles y siembra del césped.
“Aunque la primera fase del programa con el JBB terminó en abril de este año, decidí participar voluntariamente en esta actividad porque amo la ciudad y quiero verla llena de verde. Es un honor ser parte del reverdecer de este patrimonio nacional, una insignia que todos debemos cuidar”.
Nora Elsa Roa fue otra de las ‘Mujeres que reverdecen’ que asistió de forma voluntaria. “Quiero seguir ayudando a reverdecer la capital. Por eso, no lo pensé dos veces cuando el JBB nos convocó a participar en esta actividad tan hermosa que nos devolverá el Parque Nacional”.
Gleidys Hernández, habitante de Ciudad Bolívar, también quiso aportar su granito de arena. “Todos los bogotanos deberíamos ayudar a recuperar este hermoso parque. Seré una de las ‘Mujeres que reverdecen’ hasta que Dios me lo permita”.
La edad o algunos quebrantos de salud, no fueron impedimentos para que estas ciudadanas dieran lo mejor de sí en la recuperación de esta joya verde. Todas cargaron bultos de tierra y chipeado en carretillas, ayudaron con el plateado y recordaron sus experiencias ambientales durante el programa.
Plantación masiva
El domingo 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, la cara del Parque Nacional era otra. El nuevo césped y los 120 árboles nativos lo volvieron a pintar de verde, coberturas que atrajeron a las aves más representativas.
Las basuras, escombros, residuos de las fogatas, moscas y zancudos ya no eran parte del panorama, mientras que la lluvia, la cual estuvo presente casi todos los días de la intervención, decidió ausentarse para así darle paso a un sol en su máximo esplendor.
Hacia las 10 de la mañana, mientras los 60 profesionales, técnicos y operarios del JBB le daban los últimos toques a la zona, cientos de ciudadanos vestidos con ropa cómoda aparecieron en el desolado parque para participar en la jornada de plantación.
Estefany Castañeda y Felipe Tunjano, una pareja de novios e ingenieros ambientales, se enteraron de la plantación por medio de las redes sociales del Jardín Botánico. Llegaron al parque a las nueve de la mañana y lo recorrieron para ver su estado.
“Ambos vivimos en el barrio La Macarena, muy cerca del parque, y vimos cómo se vio afectado por el asentamiento de los embera. Las actividades del JBB causaron un cambio extremo totalmente positivo y estamos muy felices en ayudar con la plantación: hoy apadrinamos un árbol de la especie polígama, la cual seguiremos cuidando”.
Todos los domingos, Laura Rodríguez sale temprano de su casa, ubicada en la localidad de Chapinero, para caminar por la Ciclovía. En esta ocasión decidió interrumpir su caminata tradicional para participar en la jornada de plantación.
“Nunca había tenido la oportunidad de plantar un árbol. Me tocó un yarumo, un árbol muy hermoso que visitaré seguido para regarlo o darle amor. El Parque Nacional es un sitio muy lindo que nos conecta con la naturaleza”.
Mónica Aperador, habitante de la localidad de Fontibón, está bastante familiarizada con el mundo de las plantas. Su mamá tiene un vivero y ya perdió la cuenta de la cantidad de árboles que ha plantado en la ciudad.
“Siempre participo en las jornadas de plantación que hace la universidad Unihorizonte, la cual nos convocó para venir al Parque Nacional. Hoy planté y apadriné una fucsia, un árbol que necesita del cuidado de todos los ciudadanos”.
Cientos de trabajadores de las demás subdirecciones del JBB también llegaron al Parque Nacional para reverdecerlo con los 120 nuevos árboles, al igual que varios funcionarios de otras entidades del Distrito.
A cuidar el octogenario
Al finalizar la jornada de plantación, Martha Liliana Perdomo, directora del Jardín Botánico, le agradeció a todo el personal de la entidad que participó en el primer reverdecimiento del Parque Nacional.
“Gracias a ustedes y a las manos amigas que nos ayudaron, logramos sacar adelante esta maratónica jornada de reverdecimiento en uno de los sitios más emblemáticos de nuestra ciudad, un patrimonio nacional donde seguiremos trabajando”.
Según la directora, los profesionales del JBB seguirán monitoreando la recuperación del parque hasta el 30 de junio, tiempo en el que se espera cubrir las zonas más afectadas con el nuevo césped donado por el IDU.
“El IDRD dará marcha a la recuperación del valor patrimonial, obras civiles en las que se podrían ver afectadas las zonas verdes. El objetivo del Distrito es que el Parque Nacional vuelva a ser un sitio de encuentro y de conexión con la naturaleza”.
A Arley Flórez, el antiguo vendedor del parque, le preocupa bastante que en la Navidad de este año se vuelvan a afectar las coberturas vegetales de su sitio de trabajo, como ocurre tradicionalmente cada año con la llegada masiva de visitantes y puestos ambulantes.
“Estoy muy contento con el trabajo que hizo el JBB durante toda esta semana, pero necesitamos que le pongan freno a la gente que viene en Navidad a hacer estragos. Además de dejar basuras, algunos puestos ambulantes preparan comidas y afectan el pasto”.
Ante esto, Perdomo le hace un llamado a todos los ciudadanos para que cuiden el lugar. “Este proceso va más allá de contar con árboles y césped nuevo. La ciudadanía debe apropiarse y cuidar los valores culturales, ambientales y paisajísticos de la capital, como es el caso del Parque Nacional, un espacio abierto que merece un buen trato”.
Hacia las dos de la tarde del pasado 5 de junio, el Parque Nacional volvió a quedar libre de la presencia humana. El reloj suizo seguía marcando las 4:39, pero su aspecto, alma y corazón eran otros.
El verde de sus nuevos árboles y césped borraron las cicatrices y heridas del pasado y ahora piden el compromiso y cuidado de todos los ciudadanos para seguir reverdeciendo.